Por amor

Peripecias, en su búsqueda incesante de nuevas aventuras, vio desde lejos
al ser más bello que nunca, en sus andanzas, había observado. Intentó
acercarse para conocerla, ella lo esquivaba como si supiera de quien se
trataba. Al no poder acercarse, Peripecias más se fascinaba ante este ser,
aunque lo único que podía hacer, era sentir su calma, contradiciendo sus
principios, él más se enamoraba. Todos los días pasaba por el lugar donde
la había visto, ella siempre estaba sentada observando lo que pasaba a su
alrededor, el mismo paisaje, monótono e invariable. Cuando él intentaba
acercarse, ella, en silencio, se alejaba.
Peripecias, al verse no correspondido, continuó con sus quehaceres
cotidianos, descubriendo lugares, seres y todo lo que lo rodeaba. Aunque
conociera el mundo, en su cabeza revoloteaba ese ser tan bello que a él se
le fugaba. Escribía canciones que nadie cantaba, poesías que nadie leía,
esos escritos estaban vacíos, porque en ellos, ella no se encontraba.
Buscó todas las maneras posibles de saber quién era, preguntó a amigos,
conocidos y también a su familia, todos le negaron información.
Igualmente, él suspiraba con ese recuerdo, una foto a lo lejos, de ese
misterioso ser que tanto su atención llamaba.
En una de sus aventuras se encontró con el otoño y Peripecias pensó “Esto
es bueno” y se lo llevó a su hábitat para que ella y los demás seres con los
que convivía experimentaran los cambios en el paisaje, que se tornaba
rojizo y amarillento. Para que las aves sepan cuándo emigrar. Las noches
comiencen alargarse y los días acortarse. Y tal vez ella comenzará a verlo
con otros ojos, aunque todavía se le hacía esquiva.
Peripecias, desesperado de amor, siguió buscando otra estación para marcar
el tiempo y llamar su atención. Se encontró con el invierno, de colores
pálidos y con una gran carga de soledad. Peripecias pensó “Esto también es
bueno” y se lo llevó para su entorno, para tener más tiempo a la noche
junto al fuego, por las bajas temperaturas, y escribir a su amor e imaginar el
nombre de ese ser confuso y distante.
Peripecias siguió viajando y descubriendo, en una búsqueda incesante,
visitó las galaxias, constelaciones y planetas. Se topó con el verano y
Peripecias pensó “Esto es más que bueno”, lo invitó a ser parte de su
ambiente, entonces ahora que había calor, crecía la flora y tenía más
actividad la fauna. El paisaje se llenaba de alegría y colores radiantes. Así
logró persuadir a su amada, que lo comenzó a admirar desde lejos. Él lo
sentía y su corazón latía firme, porque lo que estaba haciendo anunciaba el
tan ansiado desenlace.
Él siguió en búsqueda de aventuras, mientras ella cada vez más esperaba su
regreso. En sus descansos no dejaba de pensar en ella, comenzaba a sentir
el cosquilleo. Él imaginaba y fantaseaba con su nombre, ella con el primer
encuentro. Peripecias se armaba más de valor por ella, mientras que ella,
aunque sentía que se le salía el corazón, sabía que tenía que actuar con
cautela.
Enceguecido por el amor Peripecias se encontró con la primavera y vio en
esta estación el reflejo de su corazón enamorado. Peripecias pensó “Esto es
lo más bello que puedo ofrecer” y comenzó su regreso porque entendía que
no tenía que buscar más, sin antes tener el amor no correspondido. Era un
tiempo de renacimiento, de paz y vida. El tiempo se dividió entonces en 4
estaciones, primero el verano, después el otoño, más tarde el invierno y por
último la primavera. Y aprovechando esta última, ideó una estrategia para
acercarse a ella.
Un día de primavera la encontró desprevenida y sigiloso se fue acercando,
casi hasta llegar a su lado. Trató de susurrarle un soneto de autor
desconocido, pero alguien le gritó fuerte: -“Ven adentro Prudencia!”.
No salía de su asombro. Descubrió un nombre hermoso, el nombre de ese
ser precioso. Ahora su amor tenía nombre, “Prudencia”. Peripecias, a toda
hora repetía el nombre de su pasión que había descubierto. Cada vez que
podía iba a visitarla junto a un ramillete de flores, a tratar de intercambiar
palabras.
Poco a poco la fue conociendo y nació un amor, no correspondido, tal vez
al principio. A Prudencia le maravillaba ese ser lleno de anécdotas, un ser
rodante por el mundo, por el universo. Peripecias se iluminaba al ver a
Prudencia porque su alma se calmaba y podía estar un buen tiempo en un
mismo lugar, seguro, sin tantos sobresaltos.
A pesar de que sus familias se resistían a esta nueva pareja, ellos siguieron
acrecentando su amor. Un gran dramaturgo se inspiró en ellos para crear su
gran obra maestra. Peripecias tomaba recaudos cuando salía y para no tener
tantos contratiempos, sabía que alguien lo esperaba y ese alguien era su
amor eterno. Prudencia intentaba, a pesar de sus raíces, improvisar sus
andanzas, con recaudo se atrevía a vivir aunque su naturaleza la frenaba. Al
terminar cada uno sus jornadas, se tomaban de la mano se iban a caminar
por la vía láctea y cada cual contaba lo suyo. Entre miedos y risas el amor
se solidificaba.
Se prometieron amor eterno y de esa unión, dicen que, nació el hombre. En
principio fue niño, y de su padre aprendió a disfrutar los sucesos que
afectan a cada uno y que alteran o rompen el transcurso, o la continuidad de
una acción. De su madre obtuvo la capacidad de pensar ante ciertos
acontecimientos o actividades, sobre los riesgos posibles que estos
conllevan, y a adecuar o modificar la conducta para no recibir o producir
perjuicios innecesarios.
El hombre entendió la existencia de los límites y los riesgos que cargan sus
acciones, por eso vive en la búsqueda constante de un equilibrio, tanto en
su interior como en su exterior. Algunas veces tira más al padre y otras más
a la madre, mientras transita la vida.
Fin
Seudónimo: Errante, Autor: Marcelo Daniel Sosa, de Tres Algarrobos, provincia de Buenos Aires